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martes, 24 de septiembre de 2019

El Hermano Roger, fundador de Taizé

En este nuestro mundo altamente racional, que busca la eficiencia por sobre todas las cosas, la opción de predicar en pobreza es todavía muy efectiva, y siempre toca el corazón de la gente más poderosa. Podemos recordar el ejemplo de la Madre Teresa, el Papa Francisco, la comunidad deTaizé. .Sí,la Comunidad Tizé , yo hasta el momento ignoraba lo que ahora quiero compartir gracias a la palabra de Dios que me condujo hacia ellos y su ejemplar labor que ayuda a crecer el Reino de Dios Como Jesucristo desea y el Papa Francisco anhela.


El Hermano Roger, fundador de Taizé
« Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida de comunidad pudiese ser el signo que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear una comunidad con hombres decididos a dar toda su vida y que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la simplicidad estuviesen al centro de todo. »
(Hermano Roger, Dios sólo puede amar)

La historia y los inicios


Todo comenzó en 1940 cuando, a la edad de veinticinco años, el hermano Roger deja su país natal, Suiza, para ir a vivir a Francia, el país de su madre. Había estado inmovilizado durante años por una tuberculosis pulmonar. Durante esta enfermedad había madurado en él la llamada a crear una comunidad.
En el momento en que comienza la Segunda Guerra Mundial, tuvo la certeza de que, al igual que su abuela había hecho durante la Primera Guerra Mundial, tenía que ir sin demora a ayudar a las personas que atravesaban esta ruda prueba. La aldea de Taizé donde se estableció se encontraba muy cerca de la línea de demarcación que dividía a Francia en dos: una buena situación para acoger a refugiados que escapaban de la guerra. Algunos amigos de Lyón comenzaron a dar la dirección de Taizé a aquellos que necesitaban refugio.
En Taizé, gracias a un módico préstamo, el hermano Roger compró una casa abandonada desde hacía años y sus dependencias. Propuso a una de sus hermanas, Geneviève, que viniera a ayudarle en su trabajo de acogida. Entre los refugiados que alojaban había judíos. Contaban con pocos medios. Sin agua corriente, iban a buscar el agua potable a un pozo de la aldea. La comida era modesta, sobre todo sopas hechas con harina de maíz comprada a bajo coste en el molino vecino.
Por discreción hacia aquellos que acogían, el hermano Roger rezaba solo, a menudo salía a cantar lejos de la casa, en el bosque. Con el fin de que algunos refugiados, judíos o agnósticos, no se sintieran incómodos, Geneviève explicaba a cada uno que era mejor que aquellos que quisieran rezar lo hicieran solos en su habitación.
Los padres del hermano Roger, sabiendo que su hijo y su hija se encontraban en una situación de riesgo, pidieron a un amigo de la familia, un oficial francés retirado, que velara por ellos. En el otoño de 1942 les advirtió que habían sido descubiertos y que tenían que partir sin demora. El hermano Roger vivió en Ginebra hasta el final de la guerra y allí comenzó una vida común con los primeros hermanos. Pudieron regresar a Taizé en 1944.
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El compromiso de los primeros hermanos

En 1945, un joven jurista de la región creó una asociación para encargarse de niños que la guerra había privado de familia. Propuso a los hermanos acoger a algunos de ellos en Taizé, pero una comunidad de hombres no podía recibir niños, así que el hermano Roger pidió a su hermana que regresara a Taizé para ocuparse de los pequeños y ser una madre para ellos. Los domingos, los hermanos recibían también a los prisioneros de guerra alemanes recluidos en un campo cerca de Taizé.
Poco a poco algunos hombres jóvenes vinieron a unirse a los primeros hermanos y, el día de Pascua de 1949, siete hermanos se comprometieron para toda la vida a guardar el celibato, llevar una vida común y vivir con una gran sencillez.
En el silencio de un largo retiro durante el invierno 1952-1953, el fundador de la comunidad escribió la Regla de Taizé, donde redactó para sus hermanos «lo esencial para permitir la vida en común».

Compromiso de vida


Luego de un tiempo de preparación, un nuevo hermano se compromete con la comunidad para toda la vida. Aquí están las palabras que son pronunciadas el día de su compromiso.
Hermano querido, ¿qué pides?
La misericordia de Dios y la comunidad de mis hermanos.
Que Dios lleve a término en ti lo que Él mismo ha comenzado.
Hermano que te confías a la misericordia de Dios, recuerda que Cristo, el Señor, viene en ayuda de tu débil fe y que, comprometiéndose contigo, realiza para ti la promesa: No hay nadie, en verdad, que habiendo dejado todo a causa de Cristo y por el Evangelio, no reciba cien veces más, ahora en el tiempo presente, hermanos y hermanas y madres e hijos con persecuciones, y en el futuro la vida eterna.
Este es un camino contrario a toda lógica humana pero, como Abraham, no podrás avanzar en él más que por la fe y no por la visión, seguro de que quien ha perdido su vida por Cristo, la volverá a encontrar.
Camina de ahora en adelante tras las huellas de Cristo. No te preocupes por el mañana. Busca primero el Reino de Dios y su justicia. Abandónate, entrégate, y será derramada en ti una medida repleta, apretada, desbordante.
Duermas o veles, de noche y de día, la semilla germina y crece sin que tú sepas cómo.
Que tu vida interior no te de un aire triste.Unge tu cabeza, lava tu cara a fin de que sólo tu Padre que ve en lo secreto conozca la intención de tu corazón.
Mantente en la sencillez y la alegría, la alegría de los misericordiosos, la alegría del amor fraterno.
Sé vigilante. Si debes reprender a un hermano, que sea a solas, entre él y tú.Ten la preocupación de la comunión humana con tu prójimo.
Confíate. Has de saber que un hermano tiene el encargo de escucharte.
Compréndele para que cumpla su ministerio con alegría.
Cristo, el Señor, en la compasión y el amor que tiene por ti, te ha escogido para que seas en la Iglesia un signo del amor fraterno. Quiere que realices con tus hermanos la parábola de la comunidad.
Así, renunciando en lo sucesivo a mirar hacia atrás, y con el gozo de un infinito agradecimiento, no tengas nunca miedo de adelantarte a la aurora para alabar y bendecir y cantar a Cristo tu Señor.
Recíbeme Señor y yo viviré, y que me alegre en mi espera.
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Hermano querido, acuérdate de que es a Cristo a quien vas a responder al contestar a las llamadas que Él te dirige:
¿Quieres, por amor a Cristo, consagrarte a Él con todo tu ser?
Quiero.
¿Quieres realizar de ahora en adelante el servicio de Dios en nuestra comunidad, en comunión con tus hermanos?
Quiero.
¿Quieres vivir con tus hermanos en la comunidad de bienes materiales y espirituales, que es completa apertura del corazón?
Quiero.
¿Quieres, a fin de estar más disponible para servir con tus hermanos y para entregarte totalmente al amor de Cristo, permanecer en el celibato?
Quiero.
¿Quieres, para que no seamos más que un corazón y un alma y para que nuestra unidad se realice plenamente, adoptar las opciones de comunidad expresadas por el servidor de la comunión, recordando que él no es más que un pobre del Evangelio?
Quiero.
¿Quieres, reconociendo siempre a Cristo en tus hermanos, velar por ellos, en los buenos como en los malos días, en el sufrimiento como en la alegría?
Quiero.
En consecuencia por Cristo y por el Evangelio, tú eres desde ahora hermano de nuestra comunidad.
Que este anillo sea el signo de nuestra fidelidad en el Señor.
La muerte del hermano Roger: ¿Por qué?
En muchos de los mensajes que recibimos el año pasado se comparaba la muerte del hermano Roger con las de Martin Luther King, Monseñor Romero o Gandhi. Con todo, no se puede negar que hubo una diferencia. Estos últimos se encontraban involucrados en un combate de origen político, ideológico, y fueron asesinados por sus adversarios, que no podían soportar sus opiniones ni su influencia.
Algunos dirán que es inútil buscar una explicación al asesinato del hermano Roger. El mal frustra siempre toda explicación. Un justo del Antiguo Testamento decía que lo odiaban «sin razón», y San Juan puso semejante afirmación en boca de Jesús: «Me odiaron sin causa».
Sin embargo, tratando al hermano Roger, hay un aspecto de su personalidad que me llamó siempre la atención, y me pregunto si ello no explica por qué fue agredido. El hermano Roger era un inocente. No porque no hubiera faltas en él. El inocente es alguien para quien las cosas son más evidentes e inmediatas que para los demás. Para el inocente la verdad es evidente. No depende de razonamientos. El hermano Roger la «veía», por así decirlo, y le costaba darse cuenta de que otros tuvieran una manera más laboriosa de ver las cosas. Para él, lo que él decía era simple y claro, y se asombraba de que otros no lo percibieran así. Se comprende fácilmente que, a menudo, el hermano Roger se encontrara desarmado o se sintiera vulnerable. No obstante, su inocencia, en general, no tenía nada de ingenuo. Para él, lo real no tiene la misma opacidad que para el resto. Él «veía a través».
Tomaré el ejemplo de la unidad de los cristianos. Para el hermano Roger era evidente que si esta unidad era querida por Cristo, tenía que poder ser vivida sin demora. Los argumentos que se le oponían tuvieron que parecerle artificiales. Para él, la unidad de los cristianos era ante todo una cuestión de reconciliación. Y en el fondo tenía razón, ya que nosotros, por el contrario, muy pocas veces nos preguntamos si estamos dispuestos a pagar el precio de la unidad. Una reconciliación que no nos afectara en nuestra propia carne, ¿merece llevar tal nombre?
Decían de él que no tenía un pensamiento teológico. Pero, ¿acaso no veía él mucho más claro que aquellos que decían eso? Los cristianos, desde hace siglos, han tenido la necesidad de justificar sus divisiones aumentando artificialmente lo que les oponía. Sin darse cuenta entraron en un proceso de rivalidad y la evidencia de dicho fenómeno se les ha ido de las manos. No han podido «ver a través». La unidad les parecía imposible.
El hermano Roger era un hombre realista. Tenía en cuenta aquello que quedaría irrealizable, sobre todo desde el punto de vista institucional. Pero él no podía detenerse en ello. Esa inocencia le daba una fuerza persuasiva muy particular, una especie de dulzura que no se daba nunca por vencida. Hasta el fin, vio la unidad de los cristianos como una cuestión de reconciliación. Y la reconciliación es un camino que cada cristiano puede hacer. Si todos lo realizaran de verdad, la unidad estaría muy cerca.
Había otro aspecto de esa manera de ver del hermano Roger en el cual se podía palpar todavía mejor su personalidad en toda su radicalidad: todo aquello que podía sembrar una duda sobre el amor de Dios le era insoportable. Aquí tocamos el tema de la comprensión inmediata de las cosas de Dios. No era un rechazo a reflexionar, sino que sentía muy fuerte en sí mismo que un cierto lenguaje que se considera correcto, por ejemplo sobre el amor de Dios, podría, en realidad, oscurecer lo que personas no prevenidas esperaban de este amor.
Si el hermano Roger insistió tanto sobre la bondad profunda de cada ser humano, habría que verlo con la misma óptica. No se hacía ilusiones acerca del mal. Por naturaleza, era más bien vulnerable. Pero tenía la certeza de que si Dios ama y perdona, significa que rechaza volver sobre el mal. Todo perdón verdadero despierta el fondo del corazón humano, este fondo que está hecho para la bondad.
Esta insistencia sobre la bondad impresionaba a Paul Ricoeur. Nos dijo un día en Taizé que era ahí donde él veía el sentido de la religión: «Liberar el fondo de bondad de los hombres, ir allí donde está totalmente oculta». En el pasado, algunas predicaciones cristianas recalcaban constantemente que la naturaleza humana era fundamentalmente mala. Se hacía para garantizar la pura gratuidad del perdón. Pero dicha prédica llevó a que mucha gente se alejara de la fe, incluso si escuchaban hablar del amor, tenían la impresión de que ese amor tenía reservas y que el perdón que se anunciaba no era total.
Lo más precioso de la herencia del hermano Roger se encuentra, quizás ahí: ese sentido del amor y del perdón, dos realidades que eran evidentes para él y que captaba con una inmediatez que, a menudo, se nos escapaba. En este campo era verdaderamente el inocente, siempre sencillo, desarmado, leyendo en el corazón de los demás, capaz de una extrema confianza. Su bellísima mirada lo transparentaba. Si él se sentía tan a gusto con los niños, era porque ellos vivían las cosas con la misma inmediatez; ellos no pueden protegerse ni pueden creer en algo que es complicado; sus corazones van directo hacia lo que les conmueve.
La duda no estaba jamás ausente en el hermano Roger. Por eso le gustaba tanto la frase: «¡No dejes que me hablen mis tinieblas!» Porque las tinieblas son las insinuaciones de la duda. Pero esta duda no tapaba la evidencia con la que él sentía el amor de Dios. Quizás, la duda, reclamaba un lenguaje que no dejase convivir ninguna ambigüedad. La evidencia de la que hablo no se sitúa a nivel intelectual, sino más profundamente, a nivel del corazón. Y, como todo lo que no puede ser protegido por fuertes razonamientos o certezas bien construidas, esta evidencia era necesariamente frágil.
En los evangelios, la simplicidad de Jesús incomoda. Algunos de los que le escuchaban se sentían cuestionados. Era como si los pensamientos de sus corazones hubieran sido develados. El lenguaje claro de Jesús y su manera de leer los corazones constituía, para ellos, una amenaza. Un hombre que no se deja atrapar por los conflictos aparece como peligroso para algunos. Este hombre fascina, pero la fascinación puede volverse fácilmente hostilidad.
El hermano Roger fascinó ciertamente por su inocencia, por su percepción de inmediatez, por su mirada. Creo que él vio en los ojos de algunos que la fascinación podía transformarse en desconfianza o en agresividad. Para alguien que lleva sobre sí mismo conflictos irresolubles, su inocencia debió volverse insoportable. No bastaba con insultar a este inocente. Hacia falta eliminarlo. El doctor Bernard de Senarclens escribió: «Si la luz es demasiado viva, y pienso que la que emanaba el hermano Roger podía encandilar, no siempre es fácil soportarla. Entonces no queda otra solución que apagar esa fuente luminosa suprimiéndola.»
Quise escribir esta reflexión porque me permite sacar a la luz un aspecto de la unidad de la vida del hermano Roger. Su muerte ha sellado misteriosamente lo que él siempre fue. Porque no lo mataron por una causa que él defendía. Lo mataron por lo que era.
hermano François, de Taizé

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